Cuando nuevas etapas comienzan y los primeros pasos
transcurren, se generan los sentimientos y anhelos más grandes; que nos
acercan a lograr nuestro más caro deseo.
Ansiedad e incertidumbre acompañan esta enorme ambición. El
corazón se acelera mientras el proceso se pone en marcha.
Algo similar le ocurrió a nuestra patria en la búsqueda de
la libertad y la independencia. El 25 de mayo de 1810 todo un pueblo unido se reunió
en las proximidades de nuestro cabildo para recibir, con enorme ansiedad, una
noticia que cambiaría el destino de la patria.
Hoy como todos los años, nos reunimos para conmemorar un
nuevo aniversario de la revolución de mayo, la semana en que cambió la historia
de nuestro país e inspiró otros movimientos similares en el resto de la América
española.
El 25 de mayo de 1810 no fue un día como todos en Buenos
Aires. A pesar de la tormenta, muchos hombres y mujeres se reunieron frente al
cabildo para conocer los nuevos sucesos políticos.
Cuando los adversarios de Cisneros se enteraron de que el
virrey había renunciado, comenzó la fiesta. La calle se inundó de brindis, música
y bailes. La alegría estaba justificada, era el derroche final de una semana de
marchas y contramarchas, que a partir de ese momento se recordaría como la
semana de mayo.